Viejos tiempos en El Nacional

Con este título pretendo encauzarlos a una etapa de mi vida en que viví en Caracas, Venezuela, donde tuve la oportunidad de colaborar con algunos artículos para ese prestigioso diario, que aún existe en su versión internet, llamado El Nacional. Mi primera colaboración data de julio de 1979, tres meses después de haber llegado al país.

Dos anécdotas me han quedado de esa etapa de mi colaboración con El Nacional. La primera tiene que ver con el hecho que en uno de mis artículos critiqué, con amables palabras, a quien era embajador de Perú en Chile durante el golpe militar del 11 de septiembre de 1973, por su parsimonia en actuar en favor de sus connacionales y de los propios chilenos que necesitaban asilo. Es decir, actuó después de que Lima lo empujara a hacer algo.

Sin embargo, debo reconocer y de hecho no lo dejé claro en dicho artículo, que yo fui “rescatado”, digámoslo así, por el cónsul peruano en Concepción (un puesto honorario, además) de las manos de la satrapía militar que me tenía con otras quizá 600 personas, en la isla Quiriquina del Pacífico chileno. Me consta también que en el avión Hércules de las Fuerzas Aéreas Peruanas, venían conmigo en calidad de asilados unas cinco altas autoridades del régimen caído, entre ellas dos ministros. En ese avión que por lo general sirve para transportar tropa y equipo militar, los asientos estaban dispuestos uno frente al otro, y tuve a los ministros delante de mí, rodilla con rodilla, durante todo el viaje, y aunque nos mirábamos no nos veíamos realmente, porque todos estábamos sumidos en nuestros pensamientos, y creo que ellos estaban más asustados que yo. Hoy lo sé con más firmeza, que esa reacción de Lima fue a raíz de que una hija del entonces Contralor general de Perú vivía en Santiago, y al esposo de ella lo habían llevado detenido al Estado Nacional de Santiago, que como sabemos se convirtió en un campo de concentración. Gina, la hija, le escribió a su padre y éste llevó el caso al Consejo de ministros, y a partir de allí la actitud del gobierno peruano cambió.

Bien. El caso es que la embajada peruana de Caracas al leer mi artículo, envió una carta al diario rechazando mis comentarios. No era para menos, el embajador objeto de mi crítica, ahora era el ministro de Relaciones Exteriores. El periódico me llamó a casa para preguntarme si quería responder a la carta; y mi respuesta fue que no, que era un asunto de puntos de vista. Yo había dado el mío, y ellos venían dando el suyo. No sé si hice bien o mal, pero no se habló más del asunto.

La segunda anécdota tiene que ver con el artículo (que lo pueden ver más abajo), titulado “Chile: ya es hora de la reconciliación”, publicado en diciembre de 1999. Ocurrió que el artículo apareció, unos días antes, publicado como si fuera el editorial del periódico, que como se sabe por lo general expresa la opinión de la casa editora; el artículo tenía otro título, pero el texto me correspondía. Evidentemente se trataba de un error de armado, creo, en los talleres. Llamé al periódico, y aunque con cierta sorpresa confirmaron el error. Finalmente apareció mi artículo en la fecha que señalé, con una nota de disculpas al lector, de parte del «ombudsman», quien entonces me parece que era Santana, lo que demostraba la alta estima en la que El Nacional tenía al lector y a la pluma de sus colaboradores, periodistas y escritores. El Nacional fue pionero en instaurar en 1998 la figura del «ombudsman» o defensor del lector, como plan piloto.

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